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Guacamayo Azul

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09 Sep, 2017

Guacamayo Azul

Se volvió simplemente algo normal, miles de motorizados, transeúntes, automóviles, todos seguidos por una manada de guacamayas. Hasta los indigentes tienen sus propias manadas, para comer sus huevos o simplemente preparar un sancocho a la orilla del Río Guaire. Es evidente, algo está sucediendo. Tenemos la capital de un país petrolero convertido en un nido de guacamayas. Tenemos a los políticos escupiendo mentiras a la gente, como si todo fuera normal. Tenemos un “héroe”, no de aquellos que usan mallas, y los interiores a la vista de todo el mundo, no, este “héroe” simplemente agarro un palo de escoba y se puso a espantar guacamayas como moscas en una tarde soleada sin aire acondicionado. Así corrió todo una cuadra, llegó a la plaza Bolívar, regresó por la misma calle hasta su casa. La gente lo miraba, comentaba lo loco que podría estar. Nada cambió, las guacamayas siguieron dominando el barrio, él siguió frustrado por estas bestias.
Heberto trabaja en el Ministerio del Amor y la Conciencia Popular. Todos los días llegaba  unos quince minutos antes de lo señalado por el horario. Prende la cafetera y toma un rico café con leche. Esta acción siempre lo inquietaba porque nunca le quedaba igual al de su madre, pero no tan horrible como lo prepara su mujer. Ese punto intermedio entre lo mediocre y la excelencia, lo hacía sentir con total conformidad. Así se sentia a lo largo de todo el día laboral. No odiaba su trabajo, pero tampoco lo amaba. Solo encontró un punto de conformidad y allí se quedó.
Se sienta en su puesto, enciende el computador personal y espera el arranque del sistema operativo. Su vista queda clavada en el símbolo de carga. Un ruido metálico lo distrajo. Es un guacamayo de tamaño medio que se posó sobre el borde de su cubículo. La mirada de Heberto se transformó en total odio. La mirada del guacamayo hacia Heberto es de total ingenuidad. Inclina su cuerpo hacia delante y levemente gira la cabeza. Si antes el nivel de ingenuidad era bajo, por esta acción se convirtió en total absurdo. Heberto quiere golpearlo, dejarlo medio muerto, ayudarlo a sanar, para luego volverlo a golpear. Así es su odio, pero todavía no había llegado la gota de agua que podría derramar el vaso.
-¿Quien dejo entrar a este animal? –  grito  Heberto.
Total silencio. Heberto volvió a gritar. Nada, todo en silencio. Se levanta de la silla, espanta al guacamayo con un pedazo de periódico y este vuela hacia la sala de conferencia.  Heberto lo sigue con paso apresurado. En la sala encontró la ventana abierta de extremo a extremo y una docena de guacamayas haciendo interacción social entre ellas, nada de amoríos, solo limpieza cuidadosa del plumaje, intercambios de frutos secos, pequeñas anécdotas de vuelos y otras cosas.
– Buenos días Heberto ¿Puedo ayudarte en algo?- Heberto conoce esa voz, es la Señora patas flojas. Le decían así por su manera de caminar. Adelantaba un pie lo más que podía y el otro lo dejaba arrastrar.
-No señorita Méndez, todo está bajo control- Dijo Heberto. No podía hacer algo al respecto. Ella es la esposa del jefe, del jefe de su jefe que a la vez es el bisnieto del Ministro. Heberto regresa a su puesto, con el sentimiento de odio mezclado con desilusión. Todavía el símbolo de carga seguía en el computador.
Una y treinta de la tarde, hora de almorzar. A penas hace una hora el sistema operativo arrancó con total normalidad. En ese tiempo que comprendía entre tres horas y tres horas y media Heberto no realizó nada interesante. Dio vuelta a la silla, se preparó otra taza de café, fue al baño tres veces. Una para orinar, otra para confirmar si la sensación de orinar era del todo cierta y otra para cepillarse los dientes. Todo esto mientras ese símbolo de carga se llenaba con toda la lentitud existente.
Relato corto de ciencia ficción: guacamayo azul
La hora del almuerzo es anunciado por un pequeño pitido, unos cuantos hacen caso omiso, otros igual que Heberto, se dirigen hacia el comedor. Apenas Heberto abre la puerta escucha varias risas femeninas e infantiles, gestos de exclamación y sonidos guturales de excitación. Las chicas más hermosas del piso están allí, sentadas alrededor de la mesa, atentas a cada movimiento de un guacamayo adulto, con plumaje abundante, brillante, colorido, mucho más del promedio. Heberto se sienta dos mesas más allá, pero justo al frente del guacamayo. Mala elección. Con ese punto de vista, la luz del sol pega en el espalda del guacamayo dándole una sensación de divinidad. En un momento inesperado, el guacamayo alzó su ala izquierda, ella crea una sombra en todo el comedor, las mujeres más bellas del piso hacen muecas de admiración. A raíz de esto Heberto nunca quito la mirada del guacamayo durante todo el almuerzo. Un vena en su ojo derecho explota, mitad del ojo queda de color rojo. La mitad de su visión se nubla. Heberto termina de comer.
El guacamayo sale volando por la ventana. Las mujeres más bellas del piso salen del comedor haciendo comentarios  y a la vez ignoran todo a su alrededor. Heberto intenta comprender el porqué del sentimiento de envidia, él está casado, pero también entiende que no está felizmente casado. ¿Será porque no ha podido generar un orgasmo a su mujer durante estos últimos meses? ¿Cuál es la relación de esa verdad con el sentimiento de envidia? Entre tantas preguntas y varios análisis lógicos, la vena del otro ojo le explotó.
Heberto regresa a su puesto de trabajo, su computador está apagado, ha sido desenchufado. Heberto enchufa y vuelve a encender. El símbolo de carga vuelve a llenarse con toda la lentitud existente. Heberto se prepara para perder las siguientes tres horas y media de trabajo.
Relato corto de ciencia ficción: guacamayo azul
El pitido suena anunciando la hora de salida. En este momento todo el mundo sale en fila uno detrás del otro. Luego de dos minutos, las puertas del edificio fueron cerradas y Heberto está en el estacionamiento encendiendo su automóvil. Pero lamentablemente no encendió al primer intento, ni al segundo, ni al tercero. Encendió al sexto justo cuando una guacamaya aterrizó sobre el capó. Heberto acelera el motor en modo neutro con la intención de espantar al ave. Nada, el ave sigue sobre el capó. Heberto aumenta las revoluciones, la guacamaya empieza acicalarse. Heberto rompe en rabia y sin pensar pone primera. La guacamaya emprende vuelo, el automóvil estrella contra el Jeep Cherokee último modelo del esposo de la señora patas flojas. A la camioneta se le desprende las ruedas y el parachoque se parte en dos, pero el Corolla Toyota del año ochenta de Heberto solo perdió un pellizco de pintura. Es importante recordar, que todos los modelos Cherokee después del dos mil fueron armados como piezas de lego y pegados con saliva de loro. Heberto lo sabe y claro no tiene la culpa de tal desastre, también recordó que en el estacionamiento no hay cámaras de seguridad, por lo tanto metió retroceso, enderezó el Corolla y salió con total normalidad.
A cinco cuadras del edificio hay un semáforo. Heberto se detiene por motivos de la luz roja. En esta ciudad, hace tres años, en todos los cruces e intersecciones, se pintaron post lineas peatonales. Y en algunas avenidas post post lineas peatonales. Esto con el objetivo de que los automóviles no se detuvieran sobre las líneas peatonales tradicionalmente establecidas. La idea surgió dentro de un grupo en una red social populosa, la cual no vale el mínimo esfuerzo mencionar. La idea fue tomada como burla, absurdo e idiota. Un día cualquiera, un alcalde del interior del país leyó el comentario, aplicó la idea en el pequeño pueblo que administraba y al pasar el tiempo funcionó. Así, poco a poco se aplico en todo el país. El porcentaje de accidentes de tráfico disminuyó de forma significativa.
La frustración de Heberto había bajado un poco, pero aumentó al instante cuando justo en medio de la post línea peatonal cruzaba una vieja en andadera, seguida a pie por cinco guacamayas. La luz cambia a verde, la vieja está al frente del Corolla, las guacamayas la siguen. Heberto quiere pasarle por encima, pero el simple hecho de pisar la post línea peatonal cuando hay transeúntes es considerado un crimen. Toca la bocina una y otra vez. Las aves cambian el ritmo de caminar de un lado al otro, cuando la primera de la fila se inclina hacia el lado derecho la de atrás se inclina hacia el lado izquierdo, y así hasta la última. La anciana por fin puso un pie sobre la cera, lentamente coloco el otro, las guacamayas se retiran tomando vuelo. Heberto está a punto de arrancar cuando el semáforo cambia a rojo. No puede hacer absolutamente nada, solo esperar que la suerte le vuelva a dar al verde.
Relato corto de ciencia ficción: guacamayo azul
Podemos decir que a partir de ahora Heberto tuvo un poquito de suerte, porque llegó al mercado popular sin ningún inconveniente. Tiene en mente comprar varias papas, cebollas, ajos, tomates, ajo porro, y otras matas nutritivas. Ya con algunas bolsas en mano, pasa justo al lado de un puesto de semillas. No toma atención de cada unas de las guacamayas que estaban alrededor del puesto. Cinco a la izquierda, tres a la derecha y dos al frente. Heberto solo quería elegir, pesar, pagar e irse. Extiende su mano para agarrar el cucharón y así poder llenar aquella bolsita de maní dulce. Llena el cucharón de maní, lo acerca hacia la bolsa, el guacamayo más joven posando con risa irónica frente a él, derrumba cada maní con un simple movimiento de su pico. Los maníes se dispersan hacia todas direcciones mezclándose con otros frutos secos. Heberto pacientemente vuelve a intentarlo. Con cucharón en mano intenta llenarlo de nuevo. Antes de sacarlo del montículo de maníes se paraliza mirando fijamente los ojos del guacamayo. Este también se le queda mirando. Los dos esperan el momento indicado para moverse. El ritmo cardíaco se ralentiza de forma drástica, las personas alrededor caminan a paso lento. Vemos el aleteo de una mosca al pasar justo al frente de los dos. Heberto saca el cucharón, el guacamayo vuelve a tumbar los maníes. Listo, justo lo necesario para que Heberto reventara en rabia. Con el mismo cucharón trata de golpear al guacamayo, pero el ave lo sostiene con su pico. Los papagayos a su alrededor empiezan a volar de un lado al otro. Chillan de emoción, como si estuvieran incitando una pelea. Algunos de ellos picotean el cráneo de Heberto, da una leve expresión de dolor, pero su atención hacia el cucharón y al guacamayo no se dispersa por nada del mundo. Un bastón de policía rebota sobre la cabeza de Heberto, otro bastón realiza lo mismo haciendo que él caiga sobre el piso. Solo logro ver una parte del rostro del policía. Sus ojos cerraron y empezó a soñar, no en guacamayos, eso seria el colmo, pero si soñó que volaba tranquilamente sobre el Ávila, luego descendía hacia la Guaira, y se deslizaba con agilidad sobre el mar caribe, hasta perderse en el atardecer.
Abre los ojos, solo puede observar un techo gris añejado tirando hacia verde oscuro. Voltea la cabeza, hay una fila de barrotes, detrás de ellos un pasillo y otros barrotes. Su mente empieza formular preguntas al azar. ¿Desde cuándo está aquí? ¿Qué día es hoy? ¿De que material esta hecho estos barrotes? ¿Cuanto mide la celda? ¿Cuántas personas trabajan aquí? En unas de las paredes de la celda, guinda un pequeño letrero. A Heberto le cuesta leerlo, al minuto puedo completar la frase, que dice: “Este espacio fue creado para educar todo aquel que ha intentado agredir a un ave.” Si así son las celdas de los que han intentado, no podemos imaginar cómo serán las celdas de los que han logrado.
Relato corto de ciencia ficción: guacamayo azulLa luz tenue del pasillo poco a poco va tomando brillo. Heberto intenta pararse, pero cae, se arrastra por el suelo para llegar a los barrotes. Observa unas botas de color verde muy bien trenzadas. Es un guardia alto, fornido. En su mano derecha posee una vara, en la parte superior  una pequeña barra metálica, encima de esta un guacamayo. Este no es igual a los que Heberto estaba acostumbrado a ver. Este tiene el pecho hinchado y encima un pequeño medallón dorado con un signo grabado.  Otros dos guardias simplones y delgados se acercan. Abren la celda, levantan a Heberto, cada uno a un extremo. Luego lo arrastra por el pasillo. El guardia fornido y su guacamayo, o el guacamayo y su guardia fornido, llevan la delantera solo por unos cuantos metros. Con el pasar de los pasos, el pasillo se va poniendo más angostos, sus paredes más oscuras, la atmósfera se torna tensa. Heberto, como buen detallista que es, pudo observar que las demás celdas estaban vacías. El es el único convicto, y siempre lo va a ser, nunca confesaría ni aceptaría el intento de agresión hacia una vulgar ave.
Una puerta se ha interferido en su camino. El guardia fornido la abre con suma facilidad. A partir de este punto la atmósfera cambia por completo. Entran a una habitación de tamaño enorme con unos cuantos metros cuadrados distribuidos simétricamente. Al extremo un estrado y encima pares de guacamayos de tamaño gigante. Uno de color azul oscuro resalta sobre los demás. Levanta su ala derecha y emite un leve silbido.
– Primera vez, en unos cuantos siglos nos reunimos para un caso como este – La voz de este guacamayo es pesada, pareciera estar arrugada por el tiempo – Eres un caso excepcional Heberto – Los demás guacamayos miran a Heberto y asienten al mismo tiempo. – Nos tomó horas poder encontrar solución a este problema y otras horas ponernos de acuerdo – Breve pausa. El guacamayo mira sobre sus patas, pareciera que estuviera leyendo algo – De igual forma hemos considerado tu condición como ser viviente, añadido a esto tu condición como humano, por lo tanto a partir de ahora, tienes derecho de hablar –
-Puede explicarme porque estoy aquí y que está sucediendo- Hablo Heberto luego de dudar unos segundo. El guacamayo azul se inclina hacia él, su cuerpo empieza a tomar tamaño, las sombras en la habitación se extienden haciendo que la misma quede en total penumbra.
Relato corto de ciencia ficción: guacamayo azul
-Humano insensible. Tu raza nunca va a entender. Son una escoria que han herido nuestro planeta, con una herida de muerte totalmente incurable – Los ojos del guacamayo azul se vuelven de color rojo. La histeria ha llegado hasta la coronilla de su cabeza. – Por eso estamos aquí para determinar qué hacer con tu destino – Mira hacia los guardias – Tráiganlo aquí y sostenga con todas sus fuerzas –
Relato corto de ciencia ficción: guacamayo azul
Los guardias lo llevan a rastras, lo colocan boca arriba frente al estrado y lo sostienen. El guacamayo azul se acerca. – Abran su boca y no dejen que la cierre – El guacamayo emitió un seco sonido, del borde de su pico cae un gota y entra directamente a la garganta de Heberto. Este empieza a retorcerse con violencia, emitiendo gritos de dolor. De sus brazos salen plumas. Sus pies se agrandan, se vuelven pesados de color gris y ásperos. Su rostro se deforma, sus ojos engrandecen y se separan. Su nariz y su boca se fusionan dejando salir un gran pico. Heberto alza la vista, puede ver el techo de la habitación, el cual está estructurado por ventanales. Heberto se lanza hacia la superficie.
Relato corto de ciencia ficción: guacamayo azul
La luna gigante como una arepa bien formada, está guindando en el firmamento. Las nubes se direccionan bajo ella haciendo formas abstractas y desgarradoras. Heberto flota sobre el aire, mueve las alas, está intentando tomar control del vuelo, pero le resulta difícil. Siente un dolor en todo el cuerpo, piensa que el buche le va a reventar. Y de forma incontrolable va dejando huevos sobre las calles de Caracas.
Ilustrado por Gabriel Hernandez
@chu_8811
Escrito por Moisés Contreras
@moiselias

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